En los últimos posts, hemos hablado del perdón como una herramienta para la liberación y sanación personal. Sin embargo, hay algo muy importante que debemos destacar: El perdón verdadero va mucho más allá de las palabras.
Imagina por un momento que por cada vez que te equivocas, clavas un clavo en un trozo de madera. Imagina que esto se repite veinte veces. Luego, procedes a remover cada uno de los clavos y le pides perdón a la madera. Aunque los clavos se hayan retirado, las marcas de su paso permanecen. La madera no volverá a ser la misma, está irremediablemente marcada. En esta metáfora, la madera representa a la persona a la que has hecho daño y los clavos son los errores o las heridas que has infligido.
Este ejemplo sirve para ilustrar una verdad incómoda: pedir perdón no borra el daño causado. No podemos deshacer el pasado ni borrar las heridas que hemos infligido. Pero el perdón no está realmente relacionado con cambiar el pasado, sino con transformar nuestro presente y nuestro futuro.
El perdón que hemos estado explorando en estos posts es un proceso interno, una decisión personal de liberarse de la carga de resentimiento y dolor. No se trata de absolver a la otra persona de su responsabilidad, sino de encontrar la paz interna, liberarse de la atadura emocional que nos mantiene ligados a ese dolor.
En cambio, el perdón a menudo entendido como una simple disculpa, es un acto externo. Puede ser un paso importante en el camino hacia la reparación y la reconciliación, pero por sí solo no sana las heridas. La disculpa no cambia el hecho de que la madera quedó marcada por los clavos.
En nuestro viaje hacia el autoconocimiento y la transformación personal, es crucial entender esta diferencia. El perdón verdadero es un acto de amor propio, una puerta hacia la paz interna y la libertad emocional.